viernes, 21 de noviembre de 2014

Santuario de la Carcova





En esta foto tomada el 8 de octubre de 2014, una mujer sentada dentro de una casa decorada con imágenes de San La Muerte (derecha) y Gauchito Gil en el suburbio de La Carcova, en las afueras de Buenos Aires, Argentina. Según una leyenda local, San La Muerte era un hombre que murió en prisión ayudando a los reprosos y su cuerpo fue hallado como un esqueleto. Gil fue una persona real que fue ejecutada por bandolero en 1878. Ambos dos personajes populares ente la clase más pobre, que le rezan para milagros. (Foto AP/Natacha Pisarenko)





En esta imagen tomada el 8 de octubre de 2014, Carlos Márquez muestra sus colgantes con la imagen de San La Muerte (derecha) y Gauchito Gil en su casa en el suburbio de La Carcova a las afueras de Buenos Aires, Argentina. Márquez dijo que creció siguiendo a Gauchito Gil, a quien considera el santo popular de la pobreza y la necesidad, tanto material como espiritual. Su devoción a San La Muerte comenzó en la cárcel, donde cumplió 15 años por robo a mano armada. (Foto AP/Natacha Pisarenko)




En esta imagen tomada el 8 de octubre de 2014, Carlos Márquez se sienta delante de su altar en honor a San La Muerte en su vivienda en el suburbio de La Carcova, en las afueras de Buenos Aires, Argentina. Márquez dijo que su devoción a San La Muerte comenzó en la cárcel, donde cumplió una condena de 15 años por robo a mano armada. Construyó el altar en agradecimiento por estar vivo, y dice que muchos de los jóvenes de su vecindario con problemas de drogas y pasados delictivos rezan en su altar. (Foto AP/Natacha Pisarenko)







En esta imagen tomada el 8 de octubre de 2014, una imagen de San La Muerte en un santuario casero en el suburbio de La Carcova, en las afueras de Buenos Aires,Argentina. La leyenda dice que San La Muerte era un hombre que ayudaba a los leprosos en la cárcel y que fue hallado muerto de pie, vestido de negro y apoyado en una guadaña. Hoy en día es popular entre reclusos. (Foto AP/Natacha Pisarenko)

SANTOS PAGANOS ATRAEN A MULTITUDES EN ARGENTINA

POR DEBORA REY - ASSOCIATED PRESS
BUENOS AIRES (AP) -- En su vecindario de casas humildes de material prefabricado, calles de tierra y un inmenso basural como único horizonte; donde la comida escasea y la esperanza también, los 8 de cada mes Carlos Márquez encuentra un motivo para celebrar y agradecer.
Anfitrión generoso, Márquez abre ese día las puertas del santuario construido con desechos de basura que alberga el altar con la imagen del Gauchito Gil, un ladrón como él y que fue degollado por la policía el 8 de enero de 1878. Por los milagros que se le atribuyen tras su muerte se ha convertido en un "santo" pagano con miles de seguidores, en especial entre las clases bajas que le rinden culto en los barrios pobrísimos conocidos como villas miseria y a los costados de las carreteras de todo el país.
"Él es el santo de los pobres", afirmó Márquez, de 57 años, 15 de los cuales los pasó en prisión. En su santuario de La Cárcova, una barriada pobre que se levantó alrededor de un inmenso basural al norte de Buenos Aires, acomoda con cuidado las ofrendas que los devotos dejan en el altar del gaucho, como cintas rojas, por el color que lo identifica, cigarrillos, vino, velas, flores y cuchillos.
"Yo hice la vida que hizo él. Tampoco era Robin Hood, él no robaba para los demás. Gente que ha tenido una vida muy agitada como uno le pide protección a los santos por la vida y por la familia", confiesa Márquez, que lleva tatuado a su santo en una pantorrilla, justo arriba de la marca de una herida de bala. En su otra pierna, resalta sobre la piel San La Muerte, de aspecto tenebroso pero cada vez con más adeptos, en especial en las cárceles.
Ambos son símbolos de una religiosidad popular cada vez más visible y con más adeptos en Argentina, en la que también sobresalen la Difunta Correa y Gilda. No son reconocidos por la Iglesia Católica, aunque sus devotos son mayormente católicos y sienten por estas figuras especial empatía por compartir un mismo origen social y la tragedia que signó sus vidas.
"La gente sencilla es muy expresiva y busca lo palpable. Cuando es el caso de un santo muy cercano a su modo de vida lo consagra. El Gauchito Gil es uno de ellos", afirmó el padre Toto De Vedia, integrante del grupo de sacerdotes que el hoy papa Francisco envió a las villas miseria para ofrecer contención frente al flagelo de la droga y la pobreza.
De Vedia está a cargo de la parroquia de la Villa 21, el sur de la capital. A pocos metros hay un santuario del famoso gaucho al que muchos jóvenes le encomiendan su vida antes de cometer un delito. También abundan los altares de San la Muerte, un monje franciscano o médico brujo que ayudaba a los leprosos de una cárcel y fue hallado en una celda mucho tiempo después de su muerte de pie, con túnica negra y apoyado en un cayado. Por su historia, los presos le rinden culto.
"Se sienten muy hermanados con alguien que corrió suerte muy parecida", apuntó el cura. "Como Iglesia nos toca acompañar y sanar las distorsiones que pueda tener esa devoción. No es que lo aceptamos sin más. Tratamos de que encauce para el bien a esa devoción".
A los sacerdotes católicos les resulta más fácil la convivencia con historias como las de la Difunta Correa.
La réplica de tamaño real de la mujer con vestido rojo y abrazada a un pequeño niño que toma leche del pecho de su difunta madre conmueve como le sucedió hace casi dos siglos a unos arrieros, que alertados por el vuelo de buitres sobre un cerro de la provincia norteña de San Juan, subieron a la cima y se encontraron con la trágica escena.
La leyenda de Deolinda Correa, quien murió de sed en el desierto siguiendo el rastro de su esposo llevado a la fuerza para pelear en la guerra civil, y sus milagros circuló de boca en boca durante décadas. Dos millones de personas visitan al año el santuario de la "Difunta Correa", ubicado a 1.000 kilómetros al oeste de la capital argentina.
Sus devotos tienen por tradición subir de rodillas los escalones del largo sendero que conduce hasta un corredor donde yace la "santa", ante la cual se persignan con profunda emoción como si fuera la Virgen María.
Tal es el caso de Hugo Andrada, de 51 años, que le atribuye la cura de una ceguera hace 25 años. "Estuve muy mal, vine casi ciego. Pedí el favor y a cambio prometí que cada vez que viniera iba a subir de rodillas".
Al igual que el Gauchito, la Difunta Correa es muy popular entre viajantes y camioneros que levantan altares al costado de las carreteras. Se los identifica por las montañas de botellas de plástico con agua que le ofrendan a la Difunta para que no sufra sed en el más allá.
"Existe esa lógica de sacralizar en nuestra cultura", dijo Pablo Semán, sociólogo, antropólogo, e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET). "Las muertes trágicas ayudan a que se constituyan alrededor de esa persona una santidad".
El caso más actual de este fenómeno es Gilda, una popular cantante de cumbia que murió en un accidente de tránsito en 1996 y a la que atribuyen poderes de sanación.
Sus seguidores se reúnen cada 11 de octubre frente a su tumba del principal cementerio de la capital argentina para festejarle el cumpleaños, con globos y guirnaldas violetas, su color preferido, y hasta una torta con velas.
"Uno se aferra a ella y ella es intermediaria de Dios sin ninguna duda", comentó Gastón Alarcón, 31 años, presidente del club de fanáticos "Gilda un amor verdadero". "Yo le agradezco por trabajo, por salud, por vivienda".
Hay una regla de oro común a todos los "santos": si ellos cumplen lo pedido, después hay que agradecer. Olvidarse podría convertirse en la peor maldición.
© 2014, La Prensa Asociada.

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